Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)

29.3.24

Los Siete Dolores de María Santísima

 1º Dolor
La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús.
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor. . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.

Dios te salve, María,…

2º Dolor
La huida a Egipto con Jesús y José.
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.

Dios te salve, María,…

3º Dolor
La pérdida de Jesús.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos.

Dios te salve, María,…

4º Dolor
El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue.

Dios te salve, María,…

5º Dolor
La crucifixión y la agonía de Jesús.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también te sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.

Dios te salve, María,…

6º Dolor
La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como El nos amo.

Dios te salve, María,…

7º Dolor
El entierro de Jesús y la soledad de María.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo; El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le acompañaste en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular que te pedimos…

Dios te salve, Maria,…
Gloria al Padre .

fuente: www.devocionario.com

23.2.24

Nuestro Ángel de la Guarda

 

  "He aquí yo envío el Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado."  Éxodo 23:20


 Palabras de San Pío de Pietrelcina sobre nuestro Ángel de la Guarda:

“Todos nosotros, según la tradición de la Iglesia, tenemos un ángel con nosotros, que nos custodia. Cuántas veces hemos escuchado: ‘Pero… esto… debería ser así, esto no va, debes estar atento…’: ¡tantas veces! Es la voz de nuestro compañero de viaje.
Podemos estar seguros de que él nos llevará hasta el final de nuestra vida con sus consejos; por eso hemos de escuchar su voz y no rebelarnos… Porque la rebelión, las ganas de ser independiente, es una tentación que todos nosotros tenemos; es la soberbia, la que tuvo nuestro padre Adán en el Paraíso terrenal: la misma. No te rebeles: sigue los consejos del ángel”.
“Y cuando no queremos escuchar su consejo, escuchar su voz, es como decirle: ‘¡Vete, vete!’. Echar al compañero de camino es peligroso, porque ningún hombre, ninguna mujer puede aconsejarse a sí mismo. Yo puedo aconsejar a otro, pero no puedo aconsejarme a mí mismo. Está el Espíritu Santo que me aconseja, está el ángel que me aconseja.
Esta no es una doctrina sobre los ángeles un poco fantasiosa: no, es realidad. Lo que Jesús, lo que Dios, ha dicho: ‘Yo envío un ángel ante ti para custodiarte, para acompañarte en el camino, para que no te equivoques’”.
“Yo, hoy, haría la pregunta: ¿cómo es mi relación con el ángel custodio? ¿Lo escucho? ¿Le digo buen día, a la mañana? ¿Le digo: ‘custódiame durante el sueño’? ¿Hablo con él? ¿Le pido consejo? Él está a mi lado.
Estas preguntas podemos responderlas hoy, cada uno de nosotros: ¿Cómo es mi relación con este ángel que el Señor ha enviado para custodiarme y acompañarme en el camino, y que ve siempre el Rostro del Padre que está en los cielos?”.

 

ORACIÓN DE SAN PÍO DE PIETRELCINA AL ÁNGEL DE LA GUARDA

Oh Santo Ángel de la guarda
Cuida de mi alma y de mi cuerpo.

Ilumina mi mente para que conozca mejor al Señor
y lo ame con todo el corazón.

Ayúdame en mis oraciones,
para que no ceda a las distracciones y ponga la mayor atención.

Asísteme con tus consejos,
para que vea el bien y lo haga con generosidad.

Defiéndeme del enemigo infernal y sosténme en las tentaciones,
para que salga siempre vencedor.

Suple mi frialdad en el culto del Señor,
y no dejes de custodiarme hasta que no me hayas llevado al Paraíso,
donde juntos alabaremos a Dios por toda la eternidad.
Amén.

11.2.24

Mama Antula

 

Hoy, María Antonia de San José de Paz y Figueroa, conocida como Mama Antula y nacida en la provincia Argentina de Santiago del Estero, fue consagrada Santa de la Iglesia Católica por el Papa Francisco, en una ceremonia realizada en la Basílica de San Pedro.

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SANTA MISA Y CANONIZACIÓN DE LA BEATA MARÍA ANTONIA DE SAN JOSÉ DE PAZ Y FIGUEROA -  HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro, VI domingo del Tiempo Ordinario, 11 de febrero de 2024
 
La primera lectura (cf. Lv 13,1-2.44-46) y el Evangelio (cf. Mc 1,40-45) hablan de la lepra: una enfermedad que conlleva la progresiva destrucción física de la persona y a la que, en algunos lugares, lamentablemente, con frecuencia se asocian todavía actitudes de marginación. Lepra y marginación son dos males de los que Jesús quiere liberar al hombre que encuentra en el Evangelio. Veamos su situación.

Aquel leproso se ve obligado a vivir fuera de la ciudad. Frágil a causa de su enfermedad, en vez de ser ayudado por sus compatriotas es abandonado a su suerte, y se le hiere aún más con el alejamiento y el rechazo. ¿Por qué? Ante todo, por miedo, por el miedo a ser contagiados y terminar como él: “¡Que no nos suceda también a nosotros! ¡No nos arriesguemos, permanezcamos alejados!”. Y viene el miedo. Después, por prejuicio: “Si tiene una enfermedad tan horrible —era la opinión común— seguramente es porque Dios lo está castigando por alguna culpa que haya cometido; y entonces, claramente, se lo merece”. Esto es el prejuicio. Y, finalmente, la falsa religiosidad. En aquel tiempo, en efecto, se consideraba que quien tocaba a un muerto se volvía impuro, y los leprosos eran gente a quienes la carne “se les moría encima”. Por tanto, se pensaba que rozarlos significaba volverse impuros como ellos. Esta es una religiosidad distorsionada, que crea barreras y sepulta la piedad.

Miedo, prejuicio y falsa religiosidad, he aquí tres causas de una gran injusticia, tres “lepras del alma” que hacen sufrir a una persona débil descartándola como un desecho. Hermanos, hermanas, no pensemos que son sólo cosas del pasado. ¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, continúan a herirlas aún más! También en nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, “lepras” que sanar. Pero, ¿cómo? ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Qué hace Jesús? Jesús realiza dos gestos: toca y sana.

Primer gesto: tocar. Jesús, ante el grito de ayuda de aquel hombre (cf. v. 40), siente compasión, se detiene, extiende la mano y lo toca (cf. v. 41), aun sabiendo que, haciéndolo, se convertirá a su vez en un “rechazado”. Es más, paradójicamente, los papeles se invertirán: el enfermo, cuando sea sanado, podrá ir a presentarse a los sacerdotes y ser readmitido en la comunidad. Jesús, en cambio, no podrá entrar más en ninguna ciudad (cf. v. 45). El Señor habría podido entonces evitar tocar a aquella persona, habría sido suficiente con “curarla a distancia”. Pero Cristo no es así, su camino es el del amor que se acerca al que sufre, que entra en contacto, que toca sus heridas. Esta es la cercanía de Dios. Jesús es cercano, Dios es cercano. Nuestro Dios, queridos hermanos y hermanas, no permaneció distante en el cielo, sino que en Jesús se hizo hombre para tocar nuestra pobreza. Y frente a la “lepra” más grave, la del pecado, no dudó en morir en la cruz, fuera de los muros de la ciudad, repudiado como un pecador, como un leproso, para tocar nuestra realidad humana hasta lo más hondo. Un santo afirmó que el Señor “se hizo leproso por nosotros”.

Y nosotros, que amamos y seguimos a Jesús, ¿sabemos hacer nuestro su “toque”? No es fácil. Por eso debemos vigilar cuando en el corazón se asoman los instintos contrarios a su “hacerse cercano” y a su “hacerse don”. Por ejemplo, cuando tomamos distancia de los demás para centrarnos en nosotros mismos, cuando reducimos el mundo a los recintos de nuestro “estar bien”, cuando creemos que el problema son siempre y solamente los demás. En estos casos tengamos cuidado, porque el diagnóstico es claro: se trata de “lepra del alma”; una enfermedad que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de las “gangrenas” del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la intolerancia. Estemos atentos, hermanos y hermanas, también porque sucede como en el caso de las primeras manchitas de lepra, las que aparecen en la piel en la fase inicial del mal: si no se actúa de inmediato, la infección crece y se vuelve devastadora. Ante este riesgo, ante la posibilidad de esta enfermedad de nuestra alma, ¿cuál es el tratamiento?

Para ello, nos ayuda el segundo gesto de Jesús, que sana (cf. v. 42). Su “tocar”, en efecto, no sólo indica cercanía, sino que es el inicio de la sanación. Porque la cercanía es el estilo de Dios, que siempre es cercano, compasivo y tierno. Cercanía, compasión y ternura son el estilo de Dios. Y nosotros, ¿estamos abiertos a esto? Porque es dejándonos tocar por Jesús que sanamos por dentro, en el corazón. Si nos dejamos tocar por Él en la oración, en la adoración, si le permitimos actuar en nosotros a través de su Palabra y de los sacramentos, el contacto con Él nos cambia realmente, nos sana del pecado, nos libera de las cerrazones, nos transforma más allá de cuanto podamos hacer por nosotros mismos, con nuestros propios esfuerzos. Nuestros miembros heridos ―nuestro corazón y nuestra alma― y las enfermedades del alma debemos presentárselos a Jesús; esto se hace en la oración. Pero no una oración abstracta, hecha sólo de fórmulas repetitivas, sino una oración sincera y viva, que deposita a los pies de Cristo las miserias, las fragilidades, las falsedades, los miedos. Pensemos y preguntémonos, ¿hago que Jesús toque mis “lepras” para que me sane?

Al “toque” de Jesús, en efecto, renace lo mejor de nosotros mismos. Los tejidos del corazón se regeneran; la sangre de nuestros impulsos creativos vuelve a fluir cargada de amor; las heridas de los errores del pasado se curan y la piel de las relaciones recupera su consistencia sana y natural. Retorna así la belleza que tenemos, la belleza que somos; la belleza de sentirnos amados por Cristo nos redescubre la alegría de entregarnos a los demás, sin miedos ni prejuicios, libres de formas de religiosidad anestesiante y despojadas de la carne del hermano. Así se fortalece en nosotros la capacidad de amar, más allá de cualquier cálculo y conveniencia.

Entonces, como dice una bellísima página de la Escritura (cf. Ez 37,1-14), de aquello que parecía un valle de huesos resecos, resurgen cuerpos vivientes y renace un pueblo de salvados, una comunidad de hermanos. Pero sería engañoso pensar que este milagro requiera formas grandiosas y espectaculares para realizarse, porque sucede principalmente en la caridad escondida de cada día; esa caridad que se vive en la familia, en el trabajo, en la parroquia y en la escuela; en la calle, en las oficinas y en los negocios; esa caridad que no busca publicidad y no tiene necesidad de aplausos, porque al amor le basta el amor (cf. S. Agustín, Enarr. in Ps. 118, 8, 3). Lo subraya hoy Jesús, cuando ordena al hombre sanado: «No le digas nada a nadie» (v. 44). Cercanía y discreción. Hermanos y hermanas, Dios nos ama así, y si nos dejamos tocar por Él, también nosotros, con la fuerza de su Espíritu, podremos convertirnos en testigos del amor que salva.

Y hoy pensemos en María Antonia de San José, “Mama Antula”. Ella fue una viandante del Espíritu. Recorrió miles de kilómetros a pie, atravesó desiertos y caminos peligrosos para llevar a Dios. Ahora ella es para nosotros un modelo de fervor y audacia apostólica. Cuando los jesuitas fueron expulsados, el Espíritu encendió en ella una llama misionera que tenía como cimiento la confianza en la Providencia y la perseverancia. La santa invocó la intercesión de san José y, para no cansarlo tanto, también la de san Cayetano de Thiene. Por ese motivo se introdujo la devoción de este último, y su primera imagen llegó a Buenos Aires en el siglo XVIII. Gracias a Mama Antula este santo, intercesor ante la Divina Providencia, entró en las casas, en los barrios, en los transportes, en las tiendas, en las fábricas y en los corazones, para ofrecer una vida digna a través del trabajo, la justicia y el pan de cada día en la mesa de los pobres. Pidámosle hoy a María Antonia, a santa María Antonia de Paz de san José, que nos asista. Que el Señor nos bendiga a todos.

8.9.23

8 de septiembre: Natividad de la Bienaventurada Virgen María

San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Homilías sobre las palabras del Evangelio:”El ángel fue enviado”, n° 2, 17

“María, de la cuál nació Jesús, llamado Cristo”

"El nombre de la Virgen era María" (Lc 1,27). Este nombre significa: "estrella del mar", y le encaja admirablemente a la Virgen madre. Nada es más justo que compararla con una estrella que da sus rayos sin alterarse, como Ella que da a luz a su hijo sin detrimento de su cuerpo virgen. Es ciertamente esta "noble estrella nacida de Jacob" (Núm 24,17), cuyo esplendor ilumina el mundo entero, que brilla en los cielos y penetra hasta los infiernos... Verdaderamente Ella es esta bella y admirable estrella, que se levanta por encima del mar inmenso, resplandeciendo de méritos, alumbrando por su ejemplo.

Todos vosotros, quienquiera que seáis, quienquiera que estéis hoy en alta mar, sacudidos por la tormenta y la tempestad, lejos de tierra firme, poned los ojos en la luz de esta estrella, para evitar el naufragio. ¡Si los vientos de la tentación se levantan, si ves acercarse el escollo de la prueba, mira la estrella, invoca a María!

Si eres sacudido por los vacíos del orgullo, de la ambición, de la maledicencia o de los celos, levanta la mirada hacia la estrella, invoca a María...

Si te abruma la grandeza de tus pecados, humillado por la vergüenza de tu conciencia, espantado por el temor del juicio, si estás a punto de zozobrar en el precipicio de la tristeza y la desesperación, piensa en María. ¡En el peligro, la angustia, la duda, piensa en María, invoca a María!

Qué su nombre jamás abandone tus labios ni tu corazón... Siguiéndola, no te extraviarás; rogándole, no desesperarás; pensando en ella, te alejarás del falso camino. Si te tiene de la mano, no zozobrarás; si te protege, nada temerás; bajo su amparo, ignorarás el cansancio; bajo su protección, llegarás hasta el fin. Y comprenderás por tu propia experiencia cuán justas son estas palabras: "El nombre de la Virgen era María".

María con sus padres: Joaquín y Ana

1.9.23

San Nersès Snorhali (1102-1173) Patriarca de Armenia


La voz de los Papas

En 1973, la Santa Sede lo proclamó como uno de los patronos del movimiento ecuménico; el Papa San Paulo VI quiso que San Nersés Shnorhalí fuera conocido en todo el mundo cristiano por su vida y sus obras. Por su parte, el Papa San Juan Pablo II dijo de él: “Nersés Shnorhalí es el Católicos que conjugó su extraordinario amor a su pueblo y a su tradición, con una clarividente apertura a las demás Iglesias en un esfuerzo ejemplar de búsqueda de la comunión en la plena unidad” (Leer texto completo).


“HAVADOV JOSDOVANÍM”
(Confieso con fe - Creo firmemente)

“Esta es la oración de todos los cristianos, de los grandes y de los pequeños. Todos deben aprenderla y enseñarla, los unos a los otros: los sacerdotes al pueblo, los padres a los hijos, las madres a sus hijas, y los compañeros el uno al otro. (...) Algunos vienen a la iglesia y se quedan con la boca abierta o conversan entre ellos. No saben ni rezar, ni seguir la liturgia que celebra el sacerdote. Por este motivo hemos preparado esta oración con palabras sencillas y fáciles de entender aún para aquellos que no son muy instruidos (...) Que todo cristiano la aprenda y dondequiera que esté, en el tiempo de oración, que hable con Dios en la iglesia, en casa, en el campo o cuando esté de viaje”. 
San Nersés Shnorhalí

Plegaria para las 24 horas del día

1.
Creo firmemente en Ti y te adoro, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Te adoro, Naturaleza increada e inmortal, Creador de los ángeles y de los hombres y de todo lo que ha sido creado. ¡Ten piedad de tus creaturas!
 
2.
Creo firmemente en Ti y te adoro, Luz indivisible, santa Trinidad, una Sustancia y una Divinidad, que creaste la luz y disipaste las tinieblas. aleja de mi alma las tinieblas del pecado y de la ignorancia. Ilumíname Señor, ilumina mi espíritu, para que te sea grata mi plegaria y alcance, por ella mis peticiones. Ten piedad de mí que soy un gran pecador.
 
3.
Padre Celestial, Dios verdadero, que enviaste a tu Hijo bienamado a buscar en la tierra a la oveja perdida: pequé contra el cielo y contra Ti. Recíbeme en tu infinita bondad, como al hijo pródigo. Revísteme con la primigenia túnica de la que, por mi culpa, fui despojado. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
4.
Hijo de Dios, Dios verdadero, que bajaste del seno de tu Padre y te hiciste Hombre en el seno de la santa Virgen María, y para nuestra redención, fuiste crucificado y sepultado, y resucitaste de entre los muertos y ascendiste a tu Padre: pequé contra el Cielo y contra Ti. Acuérdate de mí cuando vengas en tu Gloria, así como te acordaste del buen ladrón. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
5.
Espíritu de Dios, Dios verdadero, que bajaste en el Jordán y en el Cenáculo, y me iluminaste por el Bautismo en la sagrada Fuente: pequé contra el Cielo y contra ti. Purifícame de nuevo con tu fuego divino, como purificaste tus Apóstoles con lenguas de fuego. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
6.
Dios mío, he pecado contra Ti, con mi mente, mi espíritu y mi cuerpo, perdona mis pecados pasados por la gracia de tu Santo Nombre. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
7.
Señor, Tú que todo lo ves, pequé contra Ti, de pensamiento, palabra y obra. Anula el escrito de mis culpas y escribe mi nombre en el Libro de la Vida. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
8.
Tú que escrutas los secretos, pequé contra Ti, voluntaria e involuntariamente, a sabiendas y por ignorancia. Perdóname a mí, pecador, que desde el día de mi Bautismo hasta hoy, he pecado ante tu Divinidad, con mis sentidos y con todos los miembros de mi cuerpo. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
9.
Oh Señor, que cuidas de todas tus creaturas, pon tu Santo Temor como centinela: delante de mis ojos para que no mire más lo impuro, delante de mis oídos para que no me complazca en escuchar palabras de maldad. delante de mi boca para que no diga mentiras, delante de mi mente para que no piense en hacer el mal, delante de mis manos, para que no cometa injusticias, delante de mis pies, para que no vaya por el camino del pecado, sino que rectifique mis pasos. Señor, guía con tu divina voluntad mis sentidos, mi cuerpo, mi alma, para que todo en mí, camine conforme a tus santos mandamientos. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
10.
Oh Cristo, fuego viviente, inflama en mí el fuego del Amor que derramaste sobre tierra; para que queme las impurezas de alma, purifique mi conciencia, limpie los pecados de mi cuerpo y encienda en mi corazón la luz de tu conocimiento. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
11.
Oh Jesús, sabiduría del Padre, Dame la sabiduría para pensar, decir y hacer el bien en tu presencia a toda hora. Líbrame de pensamientos, palabras y obras malas. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
12.
Señor que deseas y haces el bien, no permitas que yo viva según mi voluntad; guíame para que siempre viva conforme a tu santa Voluntad. Ten piedad de tus creaturas Y de mí que soy un gran pecador.
 
13.
Oh Rey Celestial, dame el Reino que prometiste a tus bienamados. Fortalece mi mente para que aborrezca el pecado, te ame sólo a Ti y cumpla tu voluntad. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
14.
Tú que cuidas a tus creaturas, protege mi alma y mi cuerpo, por la señal de la santa Cruz, del engaño del pecado, de las tentaciones del demonio, de los hombres inicuos, y de los peligros del alma y del cuerpo. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
15.
Oh Cristo, amparo y protector nuestro, que tu diestra me proteja de día y de noche, dentro de mi casa y fuera de ella, mientras duerma o esté despierto, para que nunca caiga en la tentación. Ten piedad de tus creaturas Y de mí que soy un gran pecador.
 
16.
Oh Dios mío, Tú que eres generoso y colmas de misericordia a todas tus creaturas, te entrego todo mi ser. Cuídame y provee las necesidades de mi alma y de mi cuerpo, desde ahora y para siempre. Ten piedad de tus creaturas Y de mí que soy un gran pecador.
 
17.
Oh Señor, que haces volver a los extraviados, transforma mis malos hábitos en buenos, graba en mi alma el día de mi muerte, el temor al infierno y el amor al Paraíso, para que me arrepienta de mis pecados y viva en santidad. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
18.
Fuente de inmortalidad, haz brotar en mi corazón, lágrimas de arrepentimiento como las que derramó la pecadora, para que lave mis pecados antes de partir de este mundo. Ten piedad de tus creaturas Y de mí que soy un gran pecador.
 
19.
Tú que concedes misericordia, concédeme la gracia de acercarme a Ti con fe verdadera, buenas obras y la Comunión de tu santo Cuerpo y Sangre. Ten piedad de tus creaturas Y de mí que soy un gran pecador.
 
20.
Señor bondadoso confíame a un buen ángel, para que serenamente te entregue mi alma y atraviese firme ante la maldad de los demonios. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
21.
Oh Cristo, Luz verdadera, haz que el día que me llames, sea digno de contemplar con alegría la luz de tu gloria. Que pueda descansar en la morada de los justos, esperando los bienes futuros, hasta el día de tu gran Venida, Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
22.
Oh Juez Justo, cuando vengas con la Gloria de tu Padre a juzgar a los vivos y a los muertos, no juzgues a tu servidor, sino sálvame del fuego eterno. Hazme oír la voz que anuncia la bienaventuranza llamando a los justos a gozar del Reino de los Cielos. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
23.
Señor misericordioso, ten piedad de todos los que creen en Ti, parientes y extraños, conocidos y desconocidos, vivos y muertos. Ten piedad de mis enemigos y de los que me aborrecen. A los que me ofendieron apártalos de sus maldades, para que sean dignos de tu misericordia. Ten piedad de tus creaturas y de mí que soy un gran pecador.
 
24.
Oh Señor Glorificado, recibe las súplicas de tu servidor, y que mis peticiones sean para mi bien, por la intercesión de la Santa Madre de Dios, de San Juan Bautista, San Esteban el protomártir, San Gregorio el Iluminador, de los santos Apóstoles y Profetas, Doctores y mártires, de los Santos Patriarcas y anacoretas, vírgenes y de todos tus santos, que están en el cielo y en la tierra. A ti, gloria y adoración, oh Santa e Indivisible Trinidad, por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente del texto: parroquianarek.blogspot.com


16.8.23

16 de agosto: San Roque enfermero

 

imagen : Parroquia San Roque (Plaza 1160, Caba)

San Roque fue el único hijo de una pareja muy adinerada perteneciente a la noblenza de Francia, que al principio no podían tener hijos, pero que por sus constantes oraciones, les fue concedido a San Roque. Su futuro estuvo indicado por una marca de nacimiento en forma de una cruz roja que estaba profundamente marcada en su pecho. vivió de alrededor de 1295 a 1327 en Francia, España e Italia. Se dedicó a atender a los enfermos trabajando de enfermero durante el azote de las pestes en Europa. Es invocado especialmente contra enfermedades y pestes. También es el Santo patrono de los perros, personas solteras, cirujanos, personas discapacitadas y personas que han sido acusadas falsamente de crímenes.

Fiesta: 16 de agosto
Martirologio romano: En la Lombardía, san Roque, quien, nacido en Montpellier, del Languedoc, en la actual Francia, se ganó su fama de santidad peregrinando piadosamente y curando por toda Italia a los afectados de peste con gran caridad y entrega.

Biografía de San Roque

San Roque fue el único hijo de un noble rico en Francia quien parece haber sido gobernador de la ciudad de Montpellier. Este niño fue un regalo de Dios para esta familia quienes por mucho tiempo oraban a Dios suplicando porque les concediera este don.
Su futura carrera estaría indicada mediante una marca de nacimiento en forma de una cruz roja que profundamente estaba marcada en su pecho.
Los padres criaron a San Roque de una manera muy devota. Ya cuando contaba con 20 años, Roque estuvo sometido a su primero prueba: la pérdida de sus padres.
A raíz de esta gran pérdida, heredó una inmensa fortuna de la que se desprendió rápidamente, vendió todos los bienes muebles y distribuyó el dinero entre los pobres, mientras que todas las propiedades de los bienes inmuebles se los transfirió a su tío.
Una vez que hizo todo esto, se unió a la Tercera Orden de San Francisco, se puso el atuendo de peregrino, y viajó a Roma para visitar las tumbas de los Apóstoles.

Enfermero por designios divinos

Cuando llegó a Acquapendente en el norte de Italia hacia el año 1315, se encontró con que una epidemia estaba azotando a ese poblado y estaba haciendo estragos terribles.
San Roque no tuvo miedo, y no hizo lo que muchas otras personas harían, temiendo por sus vidas: él quiso seguir el ejemplo de Cristo y la exhortación de su discípulo amado:
“En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermano” (1 Juan 3,16)
San Roque inmediatamente se dirigió al hospital de San Juan, que estaba lleno de personas enfermas infectadas por la terrible plaga, allí ofreció sus servicios a los hermanos. También fue a casas individuales y buscó a los enfermos, sirviéndoles sin descanso de día y de noche.
Dios recompensó su entrega heroica a los más desvalidos, causando la sanación de muchos ante la sola señal de la cruz que San Roque hacía sobre ellos. Cuando la plaga disminuyó, Roque prosiguió en su viaje a Roma.
En Roma, también, una epidemia se había desatado. Además de visitar los lugares santos, San Roque se dedicó de nuevo al cuidado de los enfermos, muchos de los cuales fueron milagrosamente curados por él.
Él realizó los mismos servicios en muchas otras ciudades de Italia, hasta que llegó a Piacenza y allí se infestó con la terrible enfermedad.
En el mismo hospital en el que había curado a muchos enfermos,ahora él era considerado como un intruso, y como forastero no tenía derecho a reclamar un lugar allí.
Así que para no ser una carga para los demás, se levantó, salió, y con el apoyo de un personal se arrastró muy fatigado a un bosque vecino. Allí, en medio de la maleza, se encontró con una choza en ruinas y un poco de paja, donde se acostó, dando gracias a Dios por el alojamiento tranquilo.
Dios usa un perro para proveer alimentos a San Roque
Así como Dios, una vez se hizo cargo de Elías, enviándolo pan por medio de un cuervo, haría lo mismo ahora con San Roque. Un perro que habitaba en una casa de campo vecina, tomaba cada día un pan, se adentraba en el bosque y se lo llevaba a San Roque.
El dueño del perro, un día observó tal escena del perro y le entró curiosidad, siguió al perro hasta el boque hasta que encontró al pobre moribundo entre las ruinas de la vieja choza. Entonces se llevó a Roque a su casa y lo curó de sus llagas y enfermedades.
Roque ahora se recuperaba poco a poco. Cuando recuperó la fuerza suficiente, se inspiró divinamente para volver a su ciudad natal. Allí ahora reinaba una guerra furiosa que estaba haciendo toda clase de estragos.
Los soldados que los encontraron por el camino pensaron que Roque era un espía, así que lo toman como prisionero y es llevado ante el gobernador de Montpellier, su propio tío, quien, sin embargo, no pudo reconocer a su sobrino quien lucía demacrado y gastado de la vida, así que, lo dio por espía y lo echó a la cárcel.
San Roque no dijo ni una sola palabra en su defensa; deseaba, como Cristo, aceptar en silencio el sufrimiento que el cielo seguramente le había regalado.

Un Ángel visita a San Roque en la hora de su muerte

A causa de los disturbios de la guerra, fue casi olvidado completamente en su celda, y ya, con un rostro languideció en prisión durante 5 años, ve acercarse la muerte, así que pidió que le enviaran un sacerdote para que le administrara los últimos sacramentos.
El sacerdote, al entrar en la prisión, vio que sobrenaturalmente todo se iluminó y el pobre cautivo estaba rodeado de un resplandor especial.
Una vez administrado los sacramentos, la muerte cobra la vida de su víctima, y enseguida una tabla apareció colgada en la pared y se aparece también una mano angelical que escribe en letras de oro el nombre de Roque, y predice que todos los que quieran invocar su intercesión serían librados de la peste.
El Sacerdote hizo informar al tío de San Roque todo lo que había sucedido en la prisión, así que el gobernador llega de inmediato y también la madre del gobernador, es decir, la abuela de Roque. Ella identificó al hombre muerto como su nieto por la marca de nacimiento de la cruz roja en el pecho.
A roque se le dio una honorable y cristiana sepultura y se le construyó una iglesia en su honor, en el que fue sepultado su cuerpo.
Su veneración fue aprobada por varios papas y pronto se extendió por toda Europa. Fue canonizado por el Papa Urbano VIII. Es el patrón contra las enfermedades contagiosas
Se le representa con un bastón y sombrero de peregrino, señalando con la mano una de sus llagas y con un perro al lado, ofreciéndole el pan. En algunas ciudades de Italia es el Santo Patrono de los perros.
(fuente del texto: sanpedroysanpablo.com.ar)



25.7.23

25 de julio: San Cristóbal


San Cristóbal, cuyo nombre primitivo es Offerus, significa el que lleva a Cristo (del griego Χριστοϕορος). Pero la  fonética también descubre otro sentido, el que lleva el oro. Así comprendemos la gran importancia del símbolo de San Cristóbal. 
Antes de ser cristiano, Cristóbal se llamaba Offerus; era una especie de gigante. Cuando tuvo uso de razón, emprendió viaje, diciendo que quería servir al rey más grande de la tierra. Le enviaron a la corte de un rey muy
poderoso. Un día, el rey, al oír que un juglar pronunciaba el nombre del diablo, hizo, aterrorizado, la señal de la cruz. “¿Por qué hacéis eso?” preguntó al punto Cristóbal. “Porque temo al diablo”, le respondió el rey.
“Si le temes, es que no eres tan poderoso como él. En este caso, quiero servir al diablo.” 
Dicho lo cual, Offerus partió de allí.
Después de una larga caminata en busca del poderoso monarca, vio venir en su dirección una nutrida tropa de jinetes. Su jefe le dijo “¿A quién buscas?” —“Busco al diablo para servirle.”—. “Yo soy el diablo. Sígueme.” 
Y hete aquí a Offerus incorporado a los seguidores de Satán. Un día, después de mucho cabalgar, la tropa infernal encuentra una cruz a la orilla del camino; el diablo ordena dar media vuelta. 
“¿Por qué has hecho eso?”, le preguntó Offerus, siempre deseoso de instruirse. 
“Porque temo la imagen de Cristo”. 
—“Si temes la imagen de Cristo, es que eres menos poderoso que él; en tal caso, quiero entrar al servicio de Cristo.” 
Offerus pasó solo por delante de la cruz y continuó su camino. Encontró a un buen ermitaño y le preguntó dónde podría ver a Cristo. “En todas partes”, le respondió el ermitaño. “No lo entiendo —dijo Offerus— pero, si me
habéis dicho la verdad, ¿qué servicios puede prestarle un muchacho robusto como yo?”
 —“Se le sirve —respondió el ermitaño— con la oración, el ayuno y la vigilia.” Offerus hizo una mueca. “¿No hay otra manera de serle agradable?”, preguntó. 
Comprendió el solitario la clase de hombre que tenía delante y, cogiéndole de la mano, le condujo a la orilla de un impetuoso torrente, que descendía de una alta montaña, y le dijo: “Los pobres que cruzaron estas aguas se ahogaron; quédate aquí, y traslada a la otra orilla, sobre tus fuertes hombros, a aquéllos que te lo pidieren. Si haces esto por amor a Cristo, Él te admitirá como su servidor.” 
—“Sí que lo haré por amor a Cristo”, respondió Offerus. Y entonces se construyó una cabaña en la ribera y empezó a transportar de noche y de día a los viajeros que se lo pedían.
«Una noche, abrumado por la fatiga, dormía profundamente: le despertaron unos golpes dados a su puerta y oyó la voz de un niño que le llamaba tres veces por su nombre. Se levantó, subió al niño sobre su ancha espalda y entró en el torrente. Al llegar a su mitad, vio que el torrente se enfurecía de pronto, que las olas se hinchaban y se precipitaban sobre sus nervudas piernas para derribarle. El hombre aguantaba lo mejor que podía, pero el niño pesaba como una enorme carga; entonces, temeroso de dejar caer al pequeño viajero, arrancó un árbol para apoyarse en él; pero la corriente se guía creciendo y el niño se hacía cada vez más pesado. Offerus, temiendo que se ahogara, levantó la cabeza hacia él y le dijo: “Niño, ¿por qué te haces tan pesado? Me parece como si transportase el mundo.” 
El niño le respondió: “No solamente transportas el mundo, sino a Aquél que hizo el mundo. Yo soy Cristo, tu Dios y señor. En recompensa de tus buenos servicios, yo te bautizo en el nombre de mi Padre, en el mío propio y en el del Espíritu Santo; en adelante, te llamarás Cristóbal.”
Desde aquel día, Cristóbal recorrió la tierra para enseñar la palabra de Cristo.