Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)

6.1.11

Epifanía del Señor

Homilía del Santo Padre Juan Pablo II - año 2002 1. "Lumen gentium (...) Christus, Cristo es la luz de los pueblos" (Lumen gentium, 1). El tema de la luz domina las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía, que antiguamente -y aún hoy en Oriente- estaban unidas en una sola y gran "fiesta de la luz". En el clima sugestivo de la Noche santa apareció la luz; nació Cristo, "luz de los pueblos". Él es el "sol que nace de lo alto" (Lc 1, 78), el sol que vino al mundo para disipar las tinieblas del mal e inundarlo con el esplendor del amor divino. El evangelista san Juan escribe: "La luz verdadera, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9). "Deus lux est, Dios es luz", recuerda también san Juan, sintetizando no una teoría gnóstica, sino "el mensaje que hemos oído de él" (1 Jn 1, 5), es decir, de Jesús. En el evangelio recoge las palabras que oyó de los labios del Maestro: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz. No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. De este modo, respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en "lux mundi, la luz del mundo". Luz que brilla en las tinieblas (cf. Jn 1, 5). 2. Hoy, solemnidad de la Epifanía, que significa "manifestación", se propone de nuevo con vigor el tema de la luz. Hoy el Mesías, que se manifestó en Belén a humildes pastores de la región, sigue revelándose como luz de los pueblos de todos los tiempos y de todos los lugares. Para los Magos, que acudieron de Oriente a adorarlo, la luz del "rey de los judíos que ha nacido" (Mt 2, 2) toma la forma de un astro celeste, tan brillante que atrae su mirada y los guía hasta Jerusalén. Así, les hace seguir los indicios de las antiguas profecías mesiánicas: "De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel..." (Nm 24, 17). ¡Cuán sugestivo es el símbolo de la estrella, que aparece en toda la iconografía de la Navidad y de la Epifanía! Aún hoy evoca profundos sentimientos, aunque como tantos otros signos de lo sagrado, a veces corre el riesgo de quedar desvirtuado por el uso consumista que se hace de él. Sin embargo, la estrella que contemplamos en el belén, situada en su contexto original, también habla a la mente y al corazón del hombre del tercer milenio. Habla al hombre secularizado, suscitando nuevamente en él la nostalgia de su condición de viandante que busca la verdad y anhela lo absoluto. La etimología misma del verbo desear -en latín, desiderare- evoca la experiencia de los navegantes, los cuales se orientan en la noche observando los astros, que en latín se llaman sidera. 3. ¿Quién no siente la necesidad de una "estrella" que lo guíe a lo largo de su camino en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como las naciones. A fin de satisfacer este anhelo de salvación universal, el Señor se eligió un pueblo que fuera estrella orientadora para "todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 3). Con la encarnación de su Hijo, Dios extendió luego su elección a todos los demás pueblos, sin distinción de raza y cultura. Así nació la Iglesia, formada por hombres y mujeres que, "reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos" (Gaudium et spes, 1). Por tanto, para toda la comunidad eclesial resuena el oráculo del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura: "¡Levántate, brilla (...), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! (...) Y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60, 1. 3).

(fragmento de la Homilía en la Misa de Ordenación Episcopal de diez presbíteros en la Solemnidad de la Epifanía) 

 

 
Los Magos eran unos hombres que tenían cabeza de sabios y corazón de niños. Eran almas evangélicas desde antes que Jesús predicara. Hacia el final del reinado de Herodes, cierto día llegaron a Jerusalén unos "Magos" provenientes de la región de Persia, preguntando por el lugar donde había nacido el Rey de los Judíos o Mesías, tan anunciado por los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. - ¿Cómo os ha llegado a vosotros, tan lejos, la noticia si todavía no se ha inventado la radio ni la televisión? -dijo Herodes. - Por las estrellas que hemos visto brillar. Por una estrella nueva, misteriosa, brillante más que el sol, que acaba de nacer. Hemos estudiado todas las escrituras: las de los Bedas, los libros antiguos de los Persas, las predicciones de Egipto y las profecías vuestras. Hemos llegado a la conclusión, sin lugar a dudas, que la estrella recientemente descubierta por nosotros es la que está anunciada en el Libro de los Números y el Rey que ha nacido es el que anuncia el profeta Zacarías: humilde y justo. Sin duda que el pueblo judío es el más privilegiado de las naciones, porque ha nacido en él, el Rey que gobernará naciones con justicia y mansedumbre, sin espada, sólo con la sabiduría de su inteligencia. Pero..., no sabemos dónde. - Ese es un asunto fácil para mis letrados y sabios -dijo Herodes a los Magos. Seguro que no lo habéis leído todo. Ya veréis cómo mis doctores de la Ley y los sabios de Israel en poco tiempo nos resuelven el problema. En efecto, llamó Herodes a los sacerdotes y escribas y les ordenó al punto: - Quiero que investiguéis dónde y cuándo tiene que nacer el Mesías. No me lo digáis ahora. Mantened el "suspense" hasta los postres. ¡Hoy tengo una cena importante! Los letrados se pusieron al punto a investigar en las Escrituras sobre el asunto y no tardaron en encontrarlo en los "rollos" de los profetas Isaías y Miqueas. Mientras tanto, Herodes dio un banquete suculento a los extraños Magos. Consumieron vinos generosos de ambas riberas del Jordán, en copas romanas de doble asa. Les hizo obsequios y recibió de ellos regalos. Después de hablar un rato con ellos y de mostrarles todas sus maravillosas reformas, con talante autosuficiente les dijo: - Sepamos ahora lo que dicen mis escribanos sobre las profecías de ese nuevo rey. ¡Quizás pueda ser el Mesías! Aunque yo, en política, soy de la opinión de que hay que pactar con los romanos. Son generosos y bravos. Ellos son el progreso. Así lo aconsejan los tiempos modernos... ¡Veamos! Los escribas se presentaron y con voz altisonante leyeron sus conclusiones: - Majestad, ilustres magos orientales, señoras y señores. Hemos encontrado una frase que indica el lugar exacto del nacimiento del Rey de la Paz: Y tú, Belén de Efratá, aunque eres la menor entre los clanes de Judá, de tí ha de salir aquel que ha de dominar en Israel y cuyos orígenes son desde antiguo, desde muy antaño. Entonces Herodes hizo desalojar la sala de oídos indiscretos y dijo a los Magos: Teniéndolo tan fácil no estaba yo suficientemente informado. He estado muy atareado en la reconstrucción del templo. He embellecido la ciudad, que estaba arruinada después de medio siglo de luchas. Bajo mi mandato se ha establecido la paz gracias a más tratados con los romanos. No es bueno dar publicidad al nacimiento de "otro" rey nuevo. Id vosotros a Belén e informáos de todo lo referente a ese niño y a sus padres. Luego yo, en el momento oportuno, también iré a postrarme ante él y adorarle. Haré preparativos y dispondré tambien mis regalos para hacerle honores divinos. Los inocentes magos quedaron admirados de la discreción del rey y le dijeron: Así lo haremos, gran rey Herodes. Después de dormir ese día en palacio, se despertaron muy temprano y emprendieron el camino del sur, por donde está Belén a sólo media jornada. Al amanecer de ese día, volvieron a ver la estrella y cabalgaron hacia ella hipnotizados. Cuando la estrella quedó encima de ellos, estaban entrando en el poblado de Belén. No sabemos si los Reyes Magos eran tres, o cinco, o más. Fueran los que fueran les unía una misma estrella o cometa; una ilusión, una empresa, una fe. Una sola era la fuerza y uno solo el objetivo: llegar a Belén. La fe es la única razón para llegar a Belén y encontrar a Jesús. Pero volvamos a los Magos nuestros. Los hemos dejado entrando en Belén. Están buscando a un niño y solamente tienen como pista las luces que se van encendiendo aquí y allá. Belén es una algarabía. Aunque el poblado no es grande,hay gente de todas partes y por todas partes; gente altiva y orgullosa de ser de Belén, la tierra de David, el fundador de la casa de Belén. Los Magos pasaron aquel día preguntando... explicando..., buscando... Pero fue en vano. ¡Qué distraida va la gente aún cuando Dios está a su lado! -pensaron. Y cayó la tarde, y entró la noche cerrada. Rebuznos; mugidos; ladridos; lloros de niños. ¡Nada! De pronto, una de las muchas cuevas de la montaña quedó iluminada: ¡Qué raro! ¡Mirad, mirad! ¡Lo encontramos! ¿No veis aquella cueva iluminada? - No. No vemos nada.¡Locos! ¡Visionarios! Pero aquellos magos ya no oían más que la voz que les hablaba por dentro: ¡Lo hemos encontrado! ¡Lo hemos encontrado! Y se fueron a aquella cueva con sus camellos y sus criados. Y tuvieron que entrar con la cabeza gacha... porque la puerta era baja. Y vieron un Niño en brazos de una mujer con carita de niña. Se postraron... Y a José le dieron los tres besos rituales en las barbas. Luego, estuvieron un rato sin decir nada... ¡Sólo contemplando! Miraban a María... Miraban al Niño... Y miraban todo el interior de la cueva iluminada con una luz que no se sabía de dónde partía. Pero eso, ¿qué importaba? Lo verdaderamente importante es que estaba iluminada. Los Magos eran unos hombres que tenían cabeza de sabios y corazón de niños. Eran almas evangélicas desde antes que Jesús predicara. Su aventura debía ser coronada con el éxito porque habían descubierto que un Niño es el más grande. No venían a buscar a Herodes el Grande, sino al más grande, que era, precisamente un niño: ESTE NIÑO. Tomado del Autor: Ángel Llorente M. | Fuente: Catholic.net
Leer: SOLEMNIDAD LITURGICA EPIFANIA DEL SEÑOR