Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)

25.7.23

25 de julio: San Cristóbal


San Cristóbal, cuyo nombre primitivo es Offerus, significa el que lleva a Cristo (del griego Χριστοϕορος). Pero la  fonética también descubre otro sentido, el que lleva el oro. Así comprendemos la gran importancia del símbolo de San Cristóbal. 
Antes de ser cristiano, Cristóbal se llamaba Offerus; era una especie de gigante. Cuando tuvo uso de razón, emprendió viaje, diciendo que quería servir al rey más grande de la tierra. Le enviaron a la corte de un rey muy
poderoso. Un día, el rey, al oír que un juglar pronunciaba el nombre del diablo, hizo, aterrorizado, la señal de la cruz. “¿Por qué hacéis eso?” preguntó al punto Cristóbal. “Porque temo al diablo”, le respondió el rey.
“Si le temes, es que no eres tan poderoso como él. En este caso, quiero servir al diablo.” 
Dicho lo cual, Offerus partió de allí.
Después de una larga caminata en busca del poderoso monarca, vio venir en su dirección una nutrida tropa de jinetes. Su jefe le dijo “¿A quién buscas?” —“Busco al diablo para servirle.”—. “Yo soy el diablo. Sígueme.” 
Y hete aquí a Offerus incorporado a los seguidores de Satán. Un día, después de mucho cabalgar, la tropa infernal encuentra una cruz a la orilla del camino; el diablo ordena dar media vuelta. 
“¿Por qué has hecho eso?”, le preguntó Offerus, siempre deseoso de instruirse. 
“Porque temo la imagen de Cristo”. 
—“Si temes la imagen de Cristo, es que eres menos poderoso que él; en tal caso, quiero entrar al servicio de Cristo.” 
Offerus pasó solo por delante de la cruz y continuó su camino. Encontró a un buen ermitaño y le preguntó dónde podría ver a Cristo. “En todas partes”, le respondió el ermitaño. “No lo entiendo —dijo Offerus— pero, si me
habéis dicho la verdad, ¿qué servicios puede prestarle un muchacho robusto como yo?”
 —“Se le sirve —respondió el ermitaño— con la oración, el ayuno y la vigilia.” Offerus hizo una mueca. “¿No hay otra manera de serle agradable?”, preguntó. 
Comprendió el solitario la clase de hombre que tenía delante y, cogiéndole de la mano, le condujo a la orilla de un impetuoso torrente, que descendía de una alta montaña, y le dijo: “Los pobres que cruzaron estas aguas se ahogaron; quédate aquí, y traslada a la otra orilla, sobre tus fuertes hombros, a aquéllos que te lo pidieren. Si haces esto por amor a Cristo, Él te admitirá como su servidor.” 
—“Sí que lo haré por amor a Cristo”, respondió Offerus. Y entonces se construyó una cabaña en la ribera y empezó a transportar de noche y de día a los viajeros que se lo pedían.
«Una noche, abrumado por la fatiga, dormía profundamente: le despertaron unos golpes dados a su puerta y oyó la voz de un niño que le llamaba tres veces por su nombre. Se levantó, subió al niño sobre su ancha espalda y entró en el torrente. Al llegar a su mitad, vio que el torrente se enfurecía de pronto, que las olas se hinchaban y se precipitaban sobre sus nervudas piernas para derribarle. El hombre aguantaba lo mejor que podía, pero el niño pesaba como una enorme carga; entonces, temeroso de dejar caer al pequeño viajero, arrancó un árbol para apoyarse en él; pero la corriente se guía creciendo y el niño se hacía cada vez más pesado. Offerus, temiendo que se ahogara, levantó la cabeza hacia él y le dijo: “Niño, ¿por qué te haces tan pesado? Me parece como si transportase el mundo.” 
El niño le respondió: “No solamente transportas el mundo, sino a Aquél que hizo el mundo. Yo soy Cristo, tu Dios y señor. En recompensa de tus buenos servicios, yo te bautizo en el nombre de mi Padre, en el mío propio y en el del Espíritu Santo; en adelante, te llamarás Cristóbal.”
Desde aquel día, Cristóbal recorrió la tierra para enseñar la palabra de Cristo.