En el Credo decimos respecto al camino de Cristo: “Descendió a los infiernos”. ¿Qué ocurrió entonces? Ya que no conocemos el mundo de la
muerte, sólo podemos figurarnos este proceso de la superación de
la muerte a través de imágenes que siempre resultan poco
apropiadas. Sin embargo, con toda su insuficiencia, ellas nos
ayudan a entender algo del misterio. La liturgia aplica las palabras
del Salmo 23 [24] a la bajada de Jesús en la noche de la muerte:
“¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas
compuertas!” Las puertas de la muerte están cerradas, nadie puede
volver atrás desde allí. No hay una llave para estas puertas de
hierro. Cristo, en cambio, tiene esta llave. Su Cruz abre las puertas
de la muerte, las puertas irrevocables. Éstas ahora ya no son
insuperables. Su Cruz, la radicalidad de su amor es la llave que abre
estas puertas. El amor de Cristo que, siendo Dios, se ha hecho
hombre para poder morir; este amor tiene la fuerza para abrir las
puertas. Este amor es más fuerte que la muerte. Los iconos
pascuales de la Iglesia oriental muestran cómo Cristo entra en el
mundo de los muertos. Su vestido es luz, porque Dios es luz. “La
noche es clara como el día, las tinieblas son como luz”
(cf. Sal 138 [139], 12). Jesús que entra en el mundo de los muertos
lleva los estigmas: sus heridas, sus padecimientos se han
convertido en fuerza, son amor que vence la muerte. Él encuentra a
Adán y a todos los hombres que esperan en la noche de la muerte.
A la vista de ellos parece como si se oyera la súplica de Jonás:
“Desde el vientre del infierno pedí auxilio, y escuchó mi clamor”
(Jon 2, 3). El Hijo de Dios en la encarnación se ha hecho una sola
cosa con el ser humano, con Adán. Pero sólo en aquel momento, en
el que realiza aquel acto extremo de amor descendiendo a la noche
de la muerte, Él lleva a cabo el camino de la encarnación. A través
de su muerte Él toma de la mano a Adán, a todos los hombres que
esperan y los lleva a la luz.
Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)
19.4.25
Vigilia Pascual
fuente: fragmento de "Homilías de Benedicto XVI en la Vigilia Pascual".