“Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón”
(Mt 11,29)
(Mt 11,29)
1. La luz de la aurora precede al sol y la mansedumbre precede a la humildad. Escuchemos a la Luz decirnos en qué orden los dispuso: "Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón" (cf. Mt 11,29). Antes de contemplar el sol, debemos ser iluminados por la aurora, podremos entonces sostener la vista del sol. Porque es imposible, completamente imposible, mirar el sol antes de conocer esta luz. Así lo enseña, en la Palabra del Señor, el orden dado a cada una de estas dos virtudes.
2. La mansedumbre es un estado inmutable del intelecto, por el que permanece siempre igual, tanto en los honores como en las humillaciones.
3. La mansedumbre nos hace rezar por el prójimo sinceramente, sin ser sensibles a sus procedimientos cuando nos atormenta.
4. La mansedumbre es una roca que domina el mar de la irascibilidad y contra la cual se estrellan todas las olas que llegan allí, sin que la roca se rompa.
5. La mansedumbre es el sostén de la paciencia; la entrada, o más bien, la madre de la caridad. Ella es el fundamento de la discreción. Por eso está escrito "Guía en la justicia a los humildes" (cf. Sal 24,9). La mansedumbre procura el perdón de los pecados, da confianza en la oración, es la morada del Espíritu Santo. "¿A quién vuelvo la mirada? Al manso y humilde" (cf. Is 66,2).
6. La mansedumbre es la colaboradora de la obediencia, la guía de la comunidad fraterna, el freno del furioso, el obstáculo del colérico, una fuente de alegría, la imitación de Cristo, una cualidad de los ángeles, la traba de los demonios, un escudo contra la amargura. 7. El alma agitada es el asiento del diablo, pero el Señor reposa en los corazones mansos.
San Juan Clímaco, (c. 575 - c. 650) - de: La Escala Santa, 24,1-7