Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)

7.10.11

Nuestra Señora del Rosario


Origen de la devoción

La devoción a Nuestra Señora del Rosario se remonta hacia el año 1571 con la Batalla de Lepanto. Ante el avance de los turcos a la Europa Cristiana, el Papa Pío V, que pertenecía a la orden de Santo Domingo, pidió el rezo del Rosario para obtener el triunfo cristiano, lográndolo y atribuyéndole el mismo, a la intercesión de la Virgen María. Esto lo llevó a instituir oficialmente la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el día 7 de octubre.
El Papa Clemente XI extenderá esta fiesta a toda la Iglesia Universal en 1716, y León XIII en el siglo XIX va otorgarle mayor rango litúrgico a esta devoción. Finalmente durante el pontificado de San Pío X (siglo XX) quedó establecida definitivamente esta fiesta.
Aunque el origen del Santo Rosario —también llamado Salterio de María— se remonta a los tiempos apostólicos, el Cielo reservó a Santo Domingo de Guzmán (1170-1221) la misión de propagar esta devoción. Consternado a causa de la herejía albigense y los pecados de sus contemporáneos, se internó tres días en un bosque, quedando en continua oración y penitencia. Entonces, la Santísima Virgen se apareció y le dijo:
—“¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?
—¡Oh Señora —respondió él— tú lo sabes mejor que yo; porque, después de Jesucristo, tu Hijo, tú fuiste el principal instrumento de nuestra salvación!
—Pues sabe —añadió la Virgen— que la principal pieza de la batalla ha sido el salterio angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi salterio”.
Consolado e inflamado de celo por la salvación de las almas, Domingo volvió al combate predicando incansablemente la devoción que la Señora del Rosario le enseñara, y por todas partes reconquistaba almas: los católicos tibios se enfervorizaban, los fervorosos se santificaban; las órdenes religiosas florecían; convertía a los herejes que, abjurando de sus errores, volvían a la Iglesia por millares; los pecadores se arrepentían y hacían penitencia; expulsaba a los demonios de los posesos; operaba milagros y curaciones.

La Batalla de Lepanto

En el siglo XVI el poderío otomano, instigado por el fundamentalismo islámico de la época, amenazaba invadir y dominar la Europa cristiana. En su loca carrera, los turcos ya habían conquistado Constantinopla y ocupado la isla de Chipre. Frente al inminente peligro el Papa de aquel tiempo, San Pío V, reunió con gran dificultad una escuadra gracias al apoyo del Rey de España, Felipe II, y de las Repúblicas de Venecia y Génova, del Reino de Nápoles, además de un contingente de los Estados Pontificios.
El 7 de octubre de 1571, en un combate desproporcionado, la escuadra católica enfrentó a la numerosísima flota musulmana, en el golfo de Lepanto. Luego de más de diez horas de encarnizada lucha, que hacía temer una derrota de imprevisibles consecuencias, ¡oh prodigio!, repentina e inexplicablemente, los turcos se batían en retirada con inmensas pérdidas.
Más tarde, los prisioneros musulmanes confesaron que una brillante y majestuosa Señora apareció en el cielo, amenazándolos e infundiéndoles tal temor, que se llenaron de pánico y comenzaron a huir. Esto ocurrió mientras la Cristiandad entera imploraba el auxilio de la Virgen del Rosario. En Roma, San Pío V había pedido a los fieles que redoblasen sus oraciones. En el preciso momento en que se decidía la batalla, el Pontífice tuvo una visión sobrenatural y conoció antes que ningún otro de la espectacular victoria.
En memoria de la estupenda intervención de María Santísima se introdujo en las Letanías Lauretanas la invocación Auxilio de los Cristianos y desde entonces se conmemora en ese día la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
En un famoso cuadro que perpetúa la victoria de Lepanto, el Senado veneciano mandó grabar la siguiente inscripción: “Non virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii victores nos fecit” — Ni las tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del Rosario fue quien nos dio la victoria.


Nombres del Rosario.

Al Rosario de María se le llama de muchas maneras y se le compara con muchas cosas. Su estructura externa y la riqueza de su contenido dan pie a lo siguiente:
Es un Río de Rosas formado por las cincuenta Avemaría y las otras oraciones y jaculatorias, que fluye desde los hombres hasta el cielo para pedir la intercesión de la Virgen.
Es un Ramillete de Rosas dedicado a la Virgen: "Venid gentes y coged las rosas de estos misterios" (Liturgia: Himno de la fiesta)
Es también como una Corona de Rosas tejida con flores de la más variada belleza y del más exquisito perfume: -los misterios de la vida de Cristo, las reflexiones y oraciones- que despiertan en nosotros sensaciones de dolor, de gloria o de alegría.
Es asimismo un Salterio, con ciento cincuenta salutaciones a la Virgen.
Es el Breviario de los Fieles, algo así como lo que es para lo clérigos el rezo oficial litúrgico. Los Papas, a partir de Pío XII, lo llaman Compendio del Evangelio, pues recuerda los hechos más destacados de la vida de Jesús y María, y a la vez nos invitan a vivirlos al poner a nuestra consideración, los misterios que se ocultan tras cada uno de esos hechos que recuerda.



La Virgen María hizo a Santo Domingo quince promesas para quienes acostumbren rezar el Rosario:

1 Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2 Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3 El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.
4 El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.
5 El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
6 El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
7 Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
8 Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.
9 Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
10 Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
11 Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12 Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13 He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.
14 Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15 La devoción al Santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.
                      

Ntra. Sra. del Rosario de San Nicolás


Ntra. Sra. del Rosario de Pompeya