Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)

2.11.17

Día de los Muertos

Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 17-27

Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: - Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: - Tu hermano resucitará. Marta respondió: -Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dice: - Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Ella le contestó: -Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

Reflexión del Evangelio de hoy
«Todo es nuevo; lo viejo ha pasado»

Magnifico texto el que leemos hoy del Apocalipsis de San Juan. Todo es nuevo. La vieja creación ha pasado y se inaugura el reinado de Cristo. Nada malo queda, pues hasta la muerte ha sido finalmente vencida y todo está sometido al reinado de nuestro Dios.

Alegra bastante, cuando tenemos tan presente la realidad de la muerte, leer estos textos que nos conducen a la esperanza y la alegría. El paso de este mundo viejo y caduco al nuevo mundo recreado por Dios no tiene por qué ser triste ni temido. Si hemos entendido bien el mensaje de Cristo, la Palabra de nuestro Dios, sabemos que el momento de la muerte es semejante a un nuevo nacimiento. El ser que se está desarrollando en el cálido y confortable seno de la madre, tiene que, cuando se cumple el tiempo, abandonar esa seguridad para enfrentarse al mundo. Si pudiéramos recordar nuestro nacimiento, seguramente nos veríamos aterrados al abandonar la seguridad y enfrentarnos a lo desconocido.

Así veo la muerte, como un segundo nacimiento, un traspasar una puerta hacia lo desconocido, y esto puede aterrar un poco, pero los cristianos tenemos, debemos tener, la seguridad de que al otro lado de la puerta está esperando el Padre de todos, con los brazos abiertos, listo para fundirse en un fuerte abrazo con el hijo pródigo que regresa al hogar paterno/materno. ¿Por qué tener miedo si sabemos que Dios nos está esperando con toda su misericordia y su mejor sonrisa? Entremos sin temor en el mundo nuevo, en la nueva creación donde el mal no tiene cabida.
«Hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro»

Leemos en el Evangelio el episodio de la resurrección de Lázaro. Jesús viene finalmente a la casa de sus amigos cuatro días después de que Lázaro fuera enterrado y Jesús lo resucita.

Tal vez deberíamos decir que Jesús “revivió” a Lázaro, pues si Lázaro volvió a la vida, también es cierto que esta vuelta no tuvo nada que ver con la resurrección que Cristo inaugura unos días después. Lázaro volvió a la vida que ya había tenido, para volver a morir nuevamente un tiempo después. La resurrección de Cristo es definitiva: para nunca más morir. Lázaro sigue sintiendo las necesidades fisiológicas propias de un cuerpo finito -desatadle y dadle de comer-; Cristo resucitado no tiene necesidades de este tipo.

Ciertamente a mi no me interesa ni me seduce resucitar tal cual soy ahora, volver a una vida igual a la actual. No me ilusiona resucitar para asomarme a la ventana y saludar al vecino. Esto no sería una resurrección, sino un revivir.

El “revivir” de Lázaro puede ser una imagen de la resurrección del propio Jesús, pero solo una pálida imagen. Los apóstoles presentes en Betania, podrán entender un poco mejor lo que pasa con Jesús más tarde. Unos le han visto morir y ser enterrado; otros saben que así ha sucedido por el relato de Juan, Nicodemo, María, Magdalena…, y todos aquellos que aguantaron el drama a pie de cruz, asistieron a aquel apresurado entierro del viernes santo y regresaron a casa, primera procesión de los callados, viviendo el dolor de la muerte del ser querido.

Tal vez en la resurrección de Lázaro debiéramos ver una imagen de nuestra “muerte espiritual” personal. Si nos miramos con atención, ¿Estamos vivos? ¿Nuestro espíritu vive en Cristo? ¿Vivimos realmente una vida de gracia, una vida en Dios? Puede que hayamos contestado negativamente alguna de estas preguntas y en este caso necesitamos oír la voz de Jesús que se dirige a nosotros y nos invita a salir fuera de nuestra mediocridad, de nuestro sepulcro, para que volvamos a recuperar la vida que nos dio en el Bautismo, que iluminó en la Confirmación y alimentó con la Eucaristía.

En nuestra visita al cementerio no veamos los restos que allí quedan, que son nada, solo polvo, sino la gloria de Dios, donde todos los que dejaron este mundo conocido, están presentes y donde un día nos encontraremos con ellos.

D. Félix García O.P.