Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)

1.4.12

Domingo de Ramos

A continuación, una Homilía del Pbro. Mario Pantaleo.

Domingo de Ramos

"¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!, canta una multitud vibrante de alegría y entusiasmo. Las manos de grandes y chicos sostienen incontables ramas de olivo. Son las ramas del rey, del que llega en nombre del Señor.
Ya terminó la Cuaresma y comienza la semana más importante para todos los cristianos: la Semana Santa. Durante este período se derraman infinitas gracias desde el Cielo. Por eso, la gran mayoría trata de lograr un cambio radical, la conversión.
Y la conversión no es un estado. Tampoco es un punto de llegada, es un camino. Ninguno está solo para alcanzar este cambio, porque las propias fuerzas no alcanzan. El Señor está presente, invisible, animando a cada ser humano con Su fortaleza para dar el Paso. Para vivir la Pascua. Para participar de este triunfo de la luz sobre las tinieblas, del amor sobre el egoísmo y de la vida sobre la muerte. Para ser renovado interiormente, y que el resplandor inagotable de Su amor ilumine el corazón y la mente.
Durante la Cuaresma, los hombres acompañaron a Cristo en Su agonía por el desierto. La hicieron propia y se unieron al Padre. pero, a veces, me pregunto: ¿Qué hicieron? ¿Cómo vivieron la Cuaresma? ¿Fueron días comunes y corrientes, o algo se produjo en sus corazones al meditar en la donación total de Cristo para que todos los hombres tuvieran una felicidad eterna, una bendición eterna? ¿Experimentaron el amor del Padre y el dolor de Cristo? ¿Llegaron a alabarlo?
Algunos de los que entonaban los cantos de alabanza al ver llegar, montado sobre un asno, al hijo de David, son los mismos que, a los pocos días, iban a pedir que lo crucificaran.
Lamentablemente, es la misma actitud de los que transitan este dificultoso y tormentoso siglo XX. Por un lado brindan un "sí" lleno de generosidad, y por otro, un "no" terco y egoísta.
El individualismo exagerado que profesa la sociedad actual ha llevado a que cada persona invente su propia religión o la ajuste a su medida, a conveniencia. Lo hacen como si la religión fuera también un producto de consumo que se publicita en la televisión y que se compra en cualquier almacén de barrio. Entonces, los indecisos mortales se preocupan más por comprar la última crema antiarrugas que por ganarse la salvación eterna.
Todos quieren cosas, quieren muchas cosas. Pero no la "cosa" que se sufre. El Señor no quiere masoquistas, sino personas que sepan entender el dolor. Entender que si no pasan por la cruz no pueden alcanzar la luz. No hay que buscar el sufrimiento, pero si viene, hay que mirarlo a la cara con la frente levantada.
Me gusta pensar en la sabiduría de la rosa. Antes de que el Principito partiera a recorrer el universo, quiso ponerla al abrigo de todos los peligros, pero ella le dijo con absoluta serenidad: "Es preciso que soporte dos o tres orugas si quiero conocer las mariposas". Sí, era sabia la rosa.
Todavía hay tiempo para reflexionar, para humillarse delante del Señor y arrepentirse de todos los pecados. para pronunciar desde lo profundo del alma una sóla súplica:"Jesús, aunque no te haya acompañado en el desierto, creo en ti, te amo, y te acompaño en el momento de Tu glorificación. Te acompañaré también en el momento de Tu sufrimiento, de Tu cruz y de Tu muerte".
Todavía hay tiempo para llegar a Cristo, y Él espera a cada uno desde siempre. Él salva al hombre, siempre y cuando el hombre quiera salvarse.
El misterio de Dios abraza a la humanidad y Su amor la recubre como un cálido manto. Si se compromete a caminar por el camino de la rectitud que Jesús le señala, no se perderá. Se salvará para siempre.
Pero toda eternidad comienza por una pasión. Con nuestra pasión y el amor a nuestro Señor jesucristo. Para que podamos resurgir con Cristo, tenemos que padecer con él, y como dice San Pablo: "morir con Él".
Entonces, pidamos fuerza para abrazar la cruz.

(Homilía extraída del libro "Palabras para mi pueblo"- Edit. Sudamericana - 1996)