San Teodoro el Estudita (759-826) monje en Constantinopla
Catequesis 16 (Les Grandes Catéchèses, Spiritualité Orientale n° 79, Bellefontaine, 2002), trad. sc©evangelizo.org
¡Estemos alertas!
Estén atentos a mis palabras y escuchen mis humildes discursos. A todos ustedes digo y exhorto: “¡Elévense hacia Dios, desháganse de sus apegos a las pasiones!” He aquí lo que proclama el profeta: “Vengan, subamos a la montaña del Señor y a la casa de Jacob” (Is 2,3), es decir, a la impasibilidad. Con los ojos de nuestro intelecto, contemplemos la alegría que nos es reservada por las promesas celestes.
Hijos bien-amados: junten su ardor, tomen alas de fuego como las palomas. Según lo que está escrito, vuelen (Sal 54,7) y pasen a los rangos que están a la derecha (cf. Mt 25,33), que son los de la virtud. Reciban alegría y deseo espiritual y apasionado de Dios. Gusten la gran suavidad (cf. Apo 10,9-10) de su amor y, gracias a él, considerando todo como secundario, ¡pisoteen vanidad, deseo de la carne y cólera tenaz! (…)
¡Arremanguemos las mangas de nuestras túnicas, estemos alertas, con la mirada penetrante y el vuelo rápido para ese viaje que nos lleva de la tierra al cielo! Los viajeros podrán tener que sufrir, por cierto. Eso también les llega, como ven. Penan con duros trabajos, se fatigan, trabajan la tierra hasta perder soplo, les corre la transpiración, no tiene más fuerza, están hambrientos, sedientos. Uno pena arando, otro en trabajar la viña, otro a producir aceite, o a cocinar, construir, hacer el pan u ocuparse de la bodega. Cada uno en su lugar. Todos avanzan en la ruta de Dios, se aproximan a la gran ciudad. Con la muerte tendrán acceso a la indecible alegría de los bienes que Dios reserva a los que lo hayan amado. (…)
Podamos ser juzgados dignos del reino de Cristo, nuestro Dios, a quien es la gloria y la potencia con el Padre y el Santo Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Catequesis 16 (Les Grandes Catéchèses, Spiritualité Orientale n° 79, Bellefontaine, 2002), trad. sc©evangelizo.org
¡Estemos alertas!
Estén atentos a mis palabras y escuchen mis humildes discursos. A todos ustedes digo y exhorto: “¡Elévense hacia Dios, desháganse de sus apegos a las pasiones!” He aquí lo que proclama el profeta: “Vengan, subamos a la montaña del Señor y a la casa de Jacob” (Is 2,3), es decir, a la impasibilidad. Con los ojos de nuestro intelecto, contemplemos la alegría que nos es reservada por las promesas celestes.
Hijos bien-amados: junten su ardor, tomen alas de fuego como las palomas. Según lo que está escrito, vuelen (Sal 54,7) y pasen a los rangos que están a la derecha (cf. Mt 25,33), que son los de la virtud. Reciban alegría y deseo espiritual y apasionado de Dios. Gusten la gran suavidad (cf. Apo 10,9-10) de su amor y, gracias a él, considerando todo como secundario, ¡pisoteen vanidad, deseo de la carne y cólera tenaz! (…)
¡Arremanguemos las mangas de nuestras túnicas, estemos alertas, con la mirada penetrante y el vuelo rápido para ese viaje que nos lleva de la tierra al cielo! Los viajeros podrán tener que sufrir, por cierto. Eso también les llega, como ven. Penan con duros trabajos, se fatigan, trabajan la tierra hasta perder soplo, les corre la transpiración, no tiene más fuerza, están hambrientos, sedientos. Uno pena arando, otro en trabajar la viña, otro a producir aceite, o a cocinar, construir, hacer el pan u ocuparse de la bodega. Cada uno en su lugar. Todos avanzan en la ruta de Dios, se aproximan a la gran ciudad. Con la muerte tendrán acceso a la indecible alegría de los bienes que Dios reserva a los que lo hayan amado. (…)
Podamos ser juzgados dignos del reino de Cristo, nuestro Dios, a quien es la gloria y la potencia con el Padre y el Santo Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
fuente: evandeliodeldia.org