La alegría de creer (La joie de croire, Seuil, 1968), trad. sc©evangelizo.org
El Libro de Vida
El Evangelio es el libro de la vida del Señor. Es hecho para devenir el libro de nuestra vida. No para ser comprendido, sino para ser abordado como umbral del misterio. No es hecho para ser leído, sino para ser recibido en nosotros.
Cada una de sus palabras es espíritu y vida. Ágiles y libres sólo esperan el deseo de nuestra alma para brotar en ella. Vivientes, ellas son como la levadura inicial que actuará en nuestra pasta y la hará fermentar con un modo de vida nueva. (…)
Las palabras del Evangelio son milagrosas. Si no nos transforman es porque no le pedimos transformarnos. Pero, en cada frase de Jesús y cada uno de sus ejemplos, permanece la virtud que sana, purifica, resucita. La relación con sus palabras actúa en el ser, como en el paralítico o el centurión, haciendo obedecer de inmediato, plenamente. (…) Para esto, nos ayudará llevar y guardar en nosotros, al calor de nuestra fe y esperanza, la palabra que queremos obedecer. Se establecerá un pacto de vida entre ella y nuestra voluntad.
Cuando tenemos nuestro evangelio en las manos, debemos pensar que en él habita el Verbo que quiere hacerse carne en nosotros. Quiere habitarnos, para que con su corazón injertado en el nuestro y su espíritu en nuestro espíritu, comencemos su vida de nuevo en otro lugar, otro tiempo, otra sociedad humana. Profundizar el Evangelio de esta forma, es renunciar a nuestra vida, para recibir un destino que tiene la forma de Cristo.
fuente: evangeliodeldia.org
Madeleine Delbrêl nació en 1904 en Mussidan, en Dordoña, en la casa de sus abuelos maternos. Murió en 1964 en Ivry, donde está enterrada. Esta mujer extraordinaria eligió a Dios viviendo cerca de los excluidos y los más necesitados, y encarnando el silencio en la ciudad.
Madeleine nace en una familia que era, a la vez, muy pobre y muy dotada, patriota y libertaria, anticlerical a la manera de los años 1905-1920. De joven es una excelente pianista y autora de poemas publicados en una colección que publicaba a autores reconocidos. Gana incluso el premio Sully-Prudhomme. Hace estudios de filosofía.
A los dieciocho años conoce a Jean Maydieu. Están siempre juntos y todos los ven ya prometidos. Pero Jean escucha otra llamada y la deja para entrar en el noviciado de los dominicos.
La cuestión de Dios atormenta a Madeleine, sobre todo porque sus amigos son cristianos y viven como tales. Empieza a leer y a rezar.
En 1926, se convierte en jefa de scouts de una Rama de Lobatos en la parroquia de Santo Domingo, en París. Aquí, entra en un grupo de estudio del Evangelio para intentar comprender su vida a la luz de la Palabra de Dios.
En 1927, después de haber reflexionado y orado, Madeleine está segura de hacer la voluntad de Dios si trabaja para Él en el mundo. Se convierte en unas de las primeras trabajadoras sociales.
Madeleine reúne a un grupo de mujeres jóvenes, para reflexionar juntas la Sagrada Escritura. Estos encuentros les permiten discernir el sentido de la Palabra de Dios en sus vidas. En este grupo de una docena de mujeres, varias se sienten llamadas a llevar una vida contemplativa fuera de los muros de un convento. Surge en ellas la idea de vivir en pequeña comunidad, llevando una vida cristiana contemplativa en el corazón del mundo. El sacerdote que acompaña al grupo, el padre Lorenzo, apoya su deseo de permanecer laicas.
Antes de instalarse en Ivry en 1933, el grupo define su objetivo: su vida debía ser, en el sentido más verdadero, una vida contemplativa fundada sobre le Evangelio, y vivida en el corazón del mundo. El grupo cree que es esencial anunciar el Evangelio no con palabras, sino con la vida. Se sienten llamadas a vivir sencillamente el Evangelio y no quieren que las tareas parroquiales lo impidan.
Madeleine Delbrêl participa en el inicio de la misión de Francia. Trabaja con los comunistas, pero un día descubre una divergencia mayor. El comunismo se interesa por la clase obrera, pero excluyendo a todas las otras clases sociales. Ahora bien, si el Evangelio propone amar prioritariamente a los más pobres y los más excluidos, también proclama el amor universal a todos los seres humanos, cualesquiera que sean sus riquezas materiales o posición social.
Agotada, Madeleine Delbrêl muere en 1964, a la edad de sesenta años.
Fuente:es.la-croix.com