5 de enero: Santa Anna Schäffer (1882-1925) franciscana seglar y mística de Baviera.
"no hay misa en el mundo que no sea también concelebrada en el cielo, de la misa irradian rayos sobre todos los hombres y sobre toda la tierra"
Decía Ana que una de las grandes gracias que había recibido del Señor era la de ver visible y continuamente a su ángel custodio. Con frecuencia lo enviaba en su nombre a adorar a Jesús Eucaristía. El ángel custodio de Ana estaba frecuentemente a su cabecera. Ella les recomendaba mucho a los niños rezar a su ángel custodio. Decía, del Rosario: me enseña a mirar y a contemplar la vida, pasión, muerte y gloria de Jesús.
Cuando falleció, su hermana relató que el Rosario que tenía en las manos parecía ir cambiando de posición, como si ella continuara rezándolo.
A continuación, extractos del libro: SANTA ANA SCHÄFFER, ESTIGMATIZADA Y MÍSTICA (P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.) (www.libroscatolicos.org)
Catalina, hermana de Ana, declaró: Ana, de niña, rezaba mucho. Se iba a un lugar de la casa donde no la vieran. Tenía mucha devoción a la Virgen, a San José y a San Nicolás.
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La visión o experiencia mística fue en junio de 1898. Tenía entonces 16años. Ella lo refiere así en su “Cuaderno de los sueños”: Todavía no me habíaido a la cama y la luna arrojaba mucha luz en mi pequeña habitación. Recé mi oración nocturna, eran las 10 de la noche, cuando ya había terminado. Deimproviso todo a mi alrededor se oscureció y tuve miedo. De repente, había denuevo muchísima luz y una figura estaba delante de mí. Iba vestida con unvestido azul y un manto rojo, exactamente como se vestían los apóstoles o como yo he visto tantas veces en los cuadros la imagen de Jesús como buen pastor.
Tenía también un rosario en la mano y me hablaba del rezo del rosario y de queantes de cumplir los 20 años iba a tener que sufrir mucho, muchísimo. Esa figura me dijo que durante años iba a tener que padecer muchos sufrimientos y me dijotambién un número, pero ya no recordaba, ni siquiera en seguida después de que la figura desapareciera... No pude dormir en toda la noche, porque tenía ese rostro en mi mente. Entonces tenía yo 16 años y dos años más tarde a la edad de 18 tuve mi accidente.
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Walburga Moser manifestó: Cuando Ana tenía 18 años tuvo un gravísimo accidente en la casa forestal de Stammham donde estaba trabajando de empleada doméstica. Era el 4 de febrero de 1900. Ella con una compañera estaba preparando la colada en la lavandería. Un tubo de la estufa se salió de la pared. Ana se subió a un murito para colocar el tubo en su sitio y entonces sucedió el accidente. Ella resbaló, según se dice por una broma de la compañera que la empujó y le hizo caer sobre la caldera de agua hirviendo con lejía. Cayó y se quemó las dos piernas desde los pies hasta las rodillas. Su compañera, en vez de ayudarla a salir cuanto antes, se fue asustada y corriendo a pedir ayuda a la casa vecina. La vecina Teresa Huber corrió y la sacó fuera del agua. Para completar la desgracia, le echaron un balde de agua fría sobre las partes quemadas. A continuación le aplicaron gasas de lino empapadas de aceite y después la llevaron al hospital de Kösching, distante unos 7 kilómetros, en una carreta de caballos. Ella gritaba de dolor. Llegó al hospital hacia las once de la noche. Según testigos presenciales, algunos trocitos de carne quemada caían al
suelo. Fue un milagro que no hubiera muerto quemada. Estuvo en el hospitalvarias semanas con atroces sufrimientos. El 19 de marzo, fiesta de san José, el médico le sacó la carne necrótica, que ya estaba toda negra. Solo le suministraron morfina. Poco tiempo después, por la morfina le vino una úlcera gástrica. Un día, mientras la curaban, el cuerpo de Ana estaba rígido e inmóvil y había un médico y un sacerdote esperando que muriera de un momento a otro.
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En total fueron 25 años de sufrimientos continuos desde el accidente hasta su muerte. Y todo lo ofrecía por los pecadores, por la Iglesia en general, por los moribundos y almas del purgatorio, y por todos los que le encomendaban. En estos años de sufrimientos tuvo la ayuda invalorable de su madre.
Ella dijo de su madre: Me alegro de tener una madre tan buena y tan querida. Cada día comulga y ambas somos felices de estar unidas con Jesús delante de los ángeles cuando comulgamos. Compartimos las alegrías y dolores.
Me da pena que tenga que hacer tanto por mí y ya tiene 66 años. Sus conocidos dicen que está siempre dispuesta al sacrificio y contenta. Se ríe ingenuamente y parece un niño que no tiene preocupaciones.
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Juan Rauchecker anota: Ella tenía una gran devoción a la Virgen, a quien llamaba Mamá. Tenía con frecuencia éxtasis y visiones sobrenaturales. Yo he asistido a algunos. El día de la fiesta de la Virgen del Rosario de 1923 ó 1924 estaba yo en su casa y de pronto, se quedó inmóvil mirando hacia la iglesia.
Cuando volvió en sí, dijo: “Ha estado aquí la Virgen con los santos del rosario: Domingo y Catalina de Siena y muchas flores.
En mayo de 1909, mientras me estaban curando y me limpiaban hasta el hueso, vi a la Virgen Dolorosa con el Niño Jesús. La Virgen estaba sobre mi cama y yo tenía una gran sed. El Niño Jesús, sonriendo, me trajo un vaso de agua para beber. El 3 de mayo de 1918 me encontraba en “sueños” en una gran iglesia. A la izquierda estaba un altar dedicado a la Virgen del Rosario, que tenía al Niño Jesús en brazos. Yo miraba la imagen y vi a la Virgen que me sonreía y me alargaba un gran rosario. El Niño Jesús lo tomó en sus manos y me lo dio. Yo me sentí feliz de tener en las manos un rosario tan precioso.
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Miguel Rottenkolber refiere: Con nosotros, que éramos niños, se reía. Era muy maternal y afable en todo momento. Una vez la acompañé como monaguillo al llevarle el párroco la comunión y me regaló una bufanda. El sacristán pedía medio pfennig por ese trabajo de acompañamiento. A los niños nos regalaba caramelos.
Al principio que yo la conocí, comulgaba cada ocho días, pero desde que el Papa Pío X dio permiso, el párroco le llevaba la comunión todos los días.
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Teresa Daxner declaró: Ana me dijo: “Cuando yo esté en el paraíso y tu tengas alguna necesidad, me invocas y yo intercederé por ti ante nuestro Padre y su Hijo Jesucristo”. Y te agradeceré por las bellas canciones y oraciones que has elevado por mí, pero te pido una cosa: “No me pidas dinero” 100.
Y añade: El 25 de julio de 1950 tuve un grave accidente. El médico dijo que haría falta un milagro para que mi brazo pudiera curarse para poder trabajar con él. Me operaron y el médico explicó que nunca había curado un brazo de una cosa semejante con fractura múltiple. Después de tres semanas fui dada de alta con el brazo sostenido junto al pecho. Ana se me apareció en sueños y me dijo: “Teresita, no llores, tengo permiso para ayudarte”. Tengo que aclarar que no me cobraron nada por la cura que duro nueve meses con cinco horas cada día de terapia. Mi caso fue publicado en una revista médica como un caso especial, pues al final estaba mi brazo completamente bien.
Cuando no estaba con dolores fuertes, sentada en la cama hacía trabajos de punto o tejido y también de bordado. Algunos le daban algo por sus trabajos, otros los hacía gratis para la iglesia o regalaba a algunas personas. Era poco lo que ganaba.
Decía: Tengo tres llaves para el cielo: la más grande está hecha de hierro y pesa mucho: es mi enfermedad. La segunda es la aguja (el trabajo de coser y bordar). La tercera es la pluma (escribir cartas de consolación).
El rosario era su oración predilecta y lo rezaba con sus amigas y alguna vez con los niños. Decía: Me gusta mucho rezar el rosario, porque a través del rosario se obtiene tanto de nuestro Salvador El rosario es mi compañero fiel, toda la noche lo tengo en mis manos, a menudo abrasadas por el fuego de la enfermedad y también de día si no estoy haciendo punto a mano, escribiendo o haciendo otras cosas. El rosario es para mí un amigo fiel en la enfermedad. Me enseña a mirar y a contemplar la vida, pasión, muerte y gloria de Jesús.
El rosario es para mí la mejor preparación para la comunión. Es mi consuelo en las noches de insomnio y en las aflicciones. Es mi guía hacia la patria eterna.
Cuando estaba para morir el último día de su vida, vieron que en la cama extendió sus brazos. Al preguntarle por qué, respondió: “Jesús está aquí”. A ella la vieron delante del altar de santa Bárbara de la iglesia, que estaba enfrente de la casa donde vivía. De ese altar salía a su encuentro su divino esposo con los brazos abiertos. El vino a recogerla y llevarla a la luz eterna donde no habrá más ninguna separación entre los dos 89.
Ese día de su muerte el párroco le preguntó si veía algo y le contestó: Veo al Salvador y a mi hermano Leopoldo (que había muerto y desaparecido en la primera guerra mundial). El 5 de diciembre de 1925, día de su muerte, el párroco le dio la comunión por la mañana. Y refiere: Hacia la una fui a su casa y la encontré muy débil. A las tres me llamaron para la recomendación del alma. En realidad se trataba de un éxtasis. A las cinco y media comencé a hablar de nuevo con ella, y cuando declaré que iba a rezar un rosario en la iglesia por la hija del dueño de la casa, la moribunda asintió. A las seis y media me acerqué otra vez a su cabecera y noté que todavía tenía la mirada fija en el cuadro del Ecce Homo; quizás estaba rezando en silencio. Consideré que su postración era una de las muchas que había tenido y me fui. Sus familiares me dijeron que, cuando dejé la habitación, la enferma se giró hacia mí, como si quisiera decirme algo más. No me había alejado siquiera 100 metros de la casa, cuando su respiración se detuvo y vinieron a darme la noticia de que la enferma había dejado de padecer.
Ana Schäffer fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 7 de marzo de 1999 y canonizada por Benedicto XVI el 21 de octubre de 2012.