Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)

13.1.25

San Hilario de Poitiers (c. 315 - 367)


En los últimos años de su vida compuso los Tratados sobre los salmos, un  comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la  introducción de la obra:  "No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en  los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico, de manera que,  independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo se refiera al conocimiento de la venida de nuestro Señor Jesucristo,  encarnación, pasión y reino, y a la gloria y potencia de nuestra resurrección" (Instructio  Psalmorum 5). En todos los salmos ve esta transparencia del misterio de  Cristo y de su cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, San Hilario se  encontró con San Martín:  precisamente cerca de Poitiers el futuro obispo de  Tours fundó un monasterio, que todavía hoy existe. San Hilario falleció en el  año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX  lo proclamó doctor de la Iglesia.
Para resumir lo esencial de su doctrina, quiero decir que el punto de partida de  la reflexión teológica de san Hilario es la fe bautismal. En el De Trinitate,  escribe:  Jesús "mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del  Espíritu Santo (cf. Mt 28, 19), es decir, confesando al Autor, al  Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un  Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo,  por quien todo fue hecho (1 Co 8, 6), y un solo Espíritu (Ef 4, 4), don en todos. (...) No puede encontrarse nada que falte a una  plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el  Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la  alegría en el Don" (De Trinitate 2, 1).
Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al  Hijo. Considero particularmente bella esta formulación de San Hilario:  "Dios  sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien  es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite componendas, como si Dios sólo  fuera padre en ciertos aspectos y en otros no" (ib. 9, 61).
Por esto, el Hijo es plenamente Dios, sin falta o disminución alguna:  "Quien  procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo" (ib. 2, 8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, la humanidad encuentra  salvación. Al asumir la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, "se hizo  la carne de todos nosotros" (Tractatus in Psalmos 54, 9); "asumió en sí  la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de  todo sarmiento" (ib. 51, 16).
Precisamente por esto el camino hacia Cristo está abierto a todos  —porque él ha  atraído a todos hacia su humanidad—, aunque siempre se requiera la conversión  personal:  "A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está  abierto a todos, a condición de que se despojen del hombre viejo (cf. Ef 4, 22) y lo claven en su cruz (cf. Col 2, 14); a condición de que  abandonen las obras de antes y se conviertan, para ser sepultados con él en su  bautismo, con vistas a la vida (cf. Col 1, 12; Rm 6, 4)" (ib.  91, 9).
La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, San Hilario, al final de  su tratado sobre la Trinidad, pide la gracia de mantenerse siempre fiel a la fe  del bautismo. Es una característica de este libro:  la reflexión se transforma  en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios.
Quiero concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se  convierte también en oración nuestra:  "Haz, Señor —reza san Hilario, con gran  inspiración— que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi  regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu  Santo. Que te adore, Padre nuestro, y juntamente contigo a tu Hijo; que sea  merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito.  Amén" (De Trinitate 12, 57).
Benedicto XVI