Concluida la celebración de la Vigilia de la Pascua de Resurrección, comienza el Tiempo de Pascua, que conmemora la Resurrección y glorificación de Nuestro Señor Jesucristo, la donación del Espíritu Santo y el comienzo de la actividad de la Iglesia, al tiempo que anticipa en nuestros días la gloria eterna que alcanzará su plenitud en la consumación de los siglos.
El Tiempo Pascual está formado por la "cincuentena pascual", o sea, los cincuenta días que transcurren entre el Domingo de Resurrección y el Domingo de Pentecostés, y en cierto modo constituyen "un único día festivo: el gran Domingo", como decía San Atanasio.
El Tiempo Pascual está formado por la "cincuentena pascual", o sea, los cincuenta días que transcurren entre el Domingo de Resurrección y el Domingo de Pentecostés, y en cierto modo constituyen "un único día festivo: el gran Domingo", como decía San Atanasio.
El origen de la "cincuentena pascual", se confunde con la celebración anual de la Pascua: al principio, la Pascua apareció como una fiesta que se prolongaba durante cincuenta días. A partir del siglo IV, la unidad pascual se fragmentó, cuando comenzaron a celebrarse de modo histórico las acciones salvíficas divinas.
Los ocho primeros días de la cincuentena forman la octava de Pascua, que se celebra como solemnidad del Señor. Esta semana (llamada en el rito romano "Semana in Albis"), surgió también en el siglo IV, por el deseo de asegurar a los neófitos (es decir, a los bautizados en la Vigilia Pascual) una catequesis acerca de los divinos misterios que habían experimentado. El Domingo que cierra la semana, el octavo día, constituye el más solemne del año litúrgico, después del Domingo de Resurrección.
Los ocho primeros días de la cincuentena forman la octava de Pascua, que se celebra como solemnidad del Señor. Esta semana (llamada en el rito romano "Semana in Albis"), surgió también en el siglo IV, por el deseo de asegurar a los neófitos (es decir, a los bautizados en la Vigilia Pascual) una catequesis acerca de los divinos misterios que habían experimentado. El Domingo que cierra la semana, el octavo día, constituye el más solemne del año litúrgico, después del Domingo de Resurrección.
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