“Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.”
Mirad, hijos míos, el tesoro de un cristiano no está en este mundo sino en el cielo.(Mt 6,20) Así pues, nuestro pensamiento tiene que encaminarse hacia donde está nuestro tesoro. La persona humana tiene una tarea muy bella, la de orar y la de amar. Vosotros oráis, vosotros amáis: he aquí la felicidad de la persona en este mundo.
La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Cuando el corazón es puro y está unido a Dios, uno percibe en su interior un bálsamo, una dulzura que embriaga, una luz que deslumbra. En esta íntima unión Dios y el alma son como dos trozos de cirio fundidos en uno; ya no se pueden separar. ¡Qué hermosa es esta unión de Dios con su pequeña criatura! Es una felicidad que sobrepasa toda comprensión. Habíamos merecido no saber orar; pero Dios, en su bondad, nos permite hablarle. Nuestra oración es incienso que él recibe con infinita benevolencia.
Hijos míos, tenéis un corazón pequeño, pero la oración lo ensancha y lo capacita para amar a Dios. La oración es una pregustación del cielo, un derivado del paraíso. Nunca nos deja sin dulzura. Es como la miel que desciende al alma y lo suaviza todo. Las penas se deshacen en la oración bien hecha, como la nieva bajo el sol.
Invoquemos al Espíritu Santo
Quienes son conducidos por el Espíritu Santo tienen ideas acertadas. He aquí por qué existen ignorantes que saben más que los eruditos. Cuando alguien está conducido por el Dios de fuerza y de luz, no puede equivocarse. El Espíritu Santo es Luz y Fuerza. Él nos permite distinguir lo verdadero de lo falso y el bien del mal.
El Buen Dios enviándonos al Espíritu Santo se ha comportado con nosotros como un gran rey. Ese rey pediría a su ministro de conducir a un sujeto, diciéndole: “Acompañará a este hombre por todos lados y lo traerá sano y salvo” ¡Es hermoso estar acompañado por el Espíritu Santo! Él es un buen guía.
El Espíritu Santo nos conduce como una madre conduce a su hijo de dos años, como una persona vidente conduce a un ciego. Tenemos que decir cada mañana: “Mi Dios, envíeme su Espíritu Santo que me hará conocer quién soy y quién es Usted…”. Un alma que posee el Espíritu Santo gusta un exquisito sabor en la oración: no pierde jamás la santa Presencia de Dios.
San Juan María Vianney (1786-1859)
Santo cura de Ars.
Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo. Es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios. Es "el misterio escondido desde siglos"
(San Buenaventura)